Compartimos la EXCELENTE crítica del periodista Luis Mazas sobre la obra Mucho Ruido y Pocas Nueces dirigida por Jorge Azurmendi.

Shakespeare contra la perfidia y la fatuidad
PORQUE TE QUIERO TE APORREO

Por Luis Mazas
(Teatrísimo/Radiozónica/CríticaPorCríticos)

Mesina (o Messina), la ciudad-puerto de Sicilia y reino bajo la corona de Aragón. Llegan el príncipe Don Pedro y su comitiva de nobles, victoriosos de la guerra. Con ellos va el pérfido Don Juan, el bastardo pendenciero. Los recibe el gobernador Leonato. Las fichas están dispuestas. Listo a estallar, el múltiple juego de conspiraciones, entredichos y otras yerbas malas. Todos los enredos todos, de “Mucho ruido y pocas nueces” (Much Ado About Nothing), de Shakespeare (1564-1616), que completa el terceto de comedias románticas del bardo, delicia de juegos idiomáticos y de entretenimiento culto y popular a un tiempo, de la escena isabelina de finales del siglo XVI, junto con “Noche de Reyes” y “Como Les Guste”. En el caso de “… pocas nueces”, una maraña de idas y vueltas, dimes y diretes que, si están bien barajados, rinden un entretenimiento de superficie acerada, sin obviar el bitter inquietante. El sabor de fondo de los oscuros humores en la condición humana –muy Shakespeare, ¡bah!-. Vistas así, las artimañas de cada personaje, la comedia despliega un fractal de teatro dentro del teatro que a sí misma se piensa.
Por supuesto los celos –de diversa índole- suman móviles al “Mucho ruido…” que, de movida, son tema sin las pasiones exacerbadas, rendirían menos. Con lo que la gracia resultaría menor a la prometida. ¿Vale una síntesis de la intensión argumental? Probar cómo la perfidia de un despechado vengativo, puede arruinar (ma non tropo) el amor de dos jóvenes e ingenuos amantes.
“Mucho ruido…” tiene varias capas de relato y acción y reacción, de romántica a bufa, más su ida y vuelta. Como que con tanta agudeza en los combates de ironía de amor de Beatriz y de Benedicto, al final son los elementales guardias del pueblo los que desharán todos los entuertos y mentiras. Podría ser más específico este crítico, respecto de la tramas (de las tramas) de la historia, pero elige ser fiel a su temperamento de preservar la sorpresa para el momento de la representación, la magia esencial del teatro. A las tres comedias de amor shakespearianas la transitó Jorge Azurmendi que completan si círculo ahora. Su adaptación y dirección traducen una aguda lectura del original; para entonces, para hoy y, acaso, para mañana. En especial, poniendo la versión, especial atención en la “representación de la representación”; los juegos mendaces, los supuestos y los fingimientos, que, como en la vida, forman las triquiñuelas, que en el XVII, eran argamasa del Gran Teatro del Mundo. Para conseguir sus fines, buenos o arteros, los personajes no escitan en tender enredos y desenredos; la alegre madeja de fingimientos de la aguja de Shakespeare, con los que juega Azurmendi sus mejores bazas, tal vez por aquello de que todo estará bien si termina bien. Aun poniendo en justo valor las abundantes alusiones sexuales que Shakespeare distribuye generosamente en su texto culto y popular a una.  Y aun rompiendo francamente la cuarta pared para que el público se integre y participe de la fiesta.
Quiero intrigarlos, lectores, para que vayan más cebados a presenciar la acción. Para que celebren y batan palmas al compás de la polifonía que propone la puesta en escena. Valga esto para decirles que, insólitamente, son paraguas los ubicuos casi únicos elementos materiales de los que echa mano la puesta, (creando fugas laterales para las entradas y los mutis). O simples elementos de utilería, espadas o bastones). El ámbito dramático (jardines y en general lugares abiertos), toma forma de espacios y luces asociadas (Carlos Di Pasquo, Roberto Traferri), con la complicidad figurativa del interesante vestuario de Miguel Miglionico.
La dirección acierta a imprimir ese variado registro polifónico de interpretaciones en su elenco, cada uno en la línea de su rol en el conjunto. Del nutrido elenco destaca la gracia funámbula de Mia Francia; una Beatriz difícil, muy feminista en su tiempo, amalgamada de maravilla con su contraparte amorosa, excelente Jorge Noguera, como Benedicto, el milico padovano enamorado pese a sí mismo. Francia y Noguera brillan a sabiendas, como los dos fuertes caracteres enfrentados, ambos tan ingeniosos y mordaces; sarcásticos como desdeñosos del amor. La propia Beatriz, juega de incitadora a vengar la ofensa a su prima Hero “¡si yo fiera hombre!”. En ese del juego de similitudes y diferencias, aciertan también Antonia Bengoechea, la pobre calumniada e inocente. Y Francisco Andrade (Claudio, su voluble, influenciable enamorado). Como siempre eficaz y sabia, Livia Fernán –aquí el sacristán que pone a todos a prueba-, sabe cómo se hace lo que hace, para que funcione perfecto, en el relato (hay intérpretes que son imprescindibles al mejor aplauso). Otro tanto vale para María Rosa Frega y el gracioso Dogberry, un hallazgo de disparate absurdo y la impronta espontánea, que aquí abre y bastonea la obra; le imprime su ritmo más alto y festivo. Contagia a su partner, el descerebrado corchete Verges (eficaz Gustavo Monje) o a Martín Palladino (guardia y mensajero) y cuantos se asocian a la ímproba misión de desfacer entuertos y probar, de refilón, que la torpeza y la simpleza resultan sabias donde la inteligencia y agudeza fracasan. Destaca asimismo, Carolina Senes (a los teclados, en especial, batiendo el parche de la percusión), entreverada con eficacia en el zarpado accionar de la soldadesca desaforada.
La puesta de Azurmendi parte y reparte los roles masculinos y femeninos con cómoda largueza en busca de contrastes y multiplicidad. Así Cristina Dramisino presta sólida vida a la tribulación de Leonato, padre y gobernador ofendido, y también a un guardia. Por igual, la Frega corporiza al desopilante, inolvidable Dogberry y la Fernán, al astuto componedor fraile franciscano. Se integra muy bien al espíritu ora romántico, ora burlesco o castrense, la música original de Rony Keselman. Comentario lateral: treinta y pico de artistas (me cansé de contarlos), los que en conjunto sirven a esta ambiciosa producción independiente, una quijotada resuelta en cooperativa, apostando vocación y ganas de hacer buen teatro, por mero amor al ídem.
“Mucho ruido y pocas nueces” integra el proyecto de la FSA denominado Compañía de Repertorio de la Fundación Shakespeare Argentina, declarado de interés cultural y aprobado por el Ministerio de Cultura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en el marco de la Ley de Mecenazgo.

MUCHO RUIDO Y POCAS NUECES (Much Ado About Nothing)
De Shakespeare. Versión y dirección: Jorge Azurmendi. Intérpretes (por orden de aparición): Cristina Dramisino, Gustavo Bassani, Maia Francia, Antonia Bengoechea, Natalia Giardinieri, Divina Gloria, Martín Urbaneja, Francisco Andrade, Jorge Noguera, Hernán Muñoa, Mike Zubi, Mariano Rojo, Daniel Topino, María Rosa Frega, Gustavo Monje, Martín Palladino, Claudia Cárpena, Livia Fernán; Carolina Senes (guardia / teclados/ percusión), Cecilia M. Zárate (violín), Pamela Sleiman (clarinete), Andrés Reboratti (flauta traversa). Música original y dirección musical: Rony Keselman. Escenografía: Carlos Di Pasquo. Luces: Roberto Traferri. Vestuario: Miguel Miglionico. Coreografía: Mecha Fernández. Maquillaje: Lorena Chimenti. Teatro La Comedia (Rodríguez Peña 1062, Caba). Martes a las 20:30. $ 500.
EXCELENTE

 

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